El Poema de mio Cid pasa por uno de los textos medievales más complejos y enigmáticos que existen, ya que apenas hay aspecto relacionado con él que no sea motivo de controversia entre los estudiosos, desde la métrica a la rima pasando por la autoría, la unidad del poema, la fecha de composición del texto, el sistema formular, su proceso de composición y difusión o su intencionalidad política, por mencionar solo algunas de las cuestiones más disputadas.
De todos los grandes mitos de la literatura española -El Cid, la Celestina, Don Quijote, don Juan Tenorio- el Cid es el único que tiene una base real.
Rodrigo Díaz (c. 1043-1099), conocido como el Cid o el Cid Campeador fue un infanzón burgalés, nacido probablemente en Vivar, que por sus hazañas bélicas y su resonante conquista de Valencia (1094) alcanzó una fama sin parangón, fama que debió convertirse muy pronto en leyenda, seguramente ya en vida del Campeador.
El Poema de mio Cid es un poema narrativo que versiona libremente algunos aspectos de la última etapa de la vida de Rodrígo Díaz de Vivar, a quien llama el Cid o el Cid Campeador. Pedro Salinas definió el Poema de mio Cid como un poema de la honra, y ciertamente toda la trama del texto gira en torno a este concepto. Aunque el poema suela y pueda dividirse estructuralmente en tres cantares, desde el punto de vista temático se anudan en el texto dos tramas, una pública y otra privada, ambas ligadas a un esquema ascendente de caída y exaltación, siempre con la honra como tema de fondo.
El poema comienza con el destierro del Cid, motivado por intrigas de sus enemigos, que lo enemistan con el rey Alfonso VI. Con unos pocos y escogidos hombres, tras dejar a su mujer, doña Jimena, y a sus hijas, al cuidado de los monjes de Cardeña, Rodrigo se ve obligado a labrarse un señorío en tierra de moros, ganándose el pan con el esfuerzo de su brazo. Tras las conquistas de Castejón y Alcocer, el Cid debe enfrentarse también al conde de Barcelona, a quien vence en la batalla de Tévar. Sus campañas militares en Levante culminan con la toma de Valencia, de la cual se enseñorea, y con la reconciliación con Alfonso VI, quien tras varias embajadas perdona al Campeador y le restituye en su honra y bienes. Esta trama «pública» de la vida del Cid, que lo pinta como hombre mesurado, vasallo modélico, padre dedicado y esposo fiel, enlaza en el poema con otra «privada», menos apegada a la realidad histórica, trama que se plantea también como un conflicto de honra. Restituido el Cid a su estado y honor, Alfonso VI casa a sus hijas con dos poderosos miembros de la nobleza leonesa, los infantes de Carrión. Estos, resentidos contra el Cid y sus hombres por haber puesto de manifiesto su cobardía frente a un león fugitivo de su jaula y en una lid contra los moros, planean secretamente venganza. Con la excusa de visitar sus heredades en Carrión, salen de Valencia con sus esposas, doña Elvira y doña Sol, a quienes escarnecen y abandonan en el robredo de Corpes, dándolas por muertas. Solo la decidida acción de un sobrino del Cid, Félez Muñoz, que se había apartado de la comitiva, salva a las hijas del Cid de una muerte segura. Tal deshonra moverá al Cid a exigir venganza, que obtiene no por medios violentos y desmesurados, sino legales, al pedir al rey que convoque cortes en Toledo con objeto de dirimir la responsabilidad de los infantes, restaurar el honor perdido de sus hijas y cobrar las espadas Colada y Tizón que había regalado a sus yernos, junto con otras riquezas. Estos serán derrotados por los campeones del Cid en un combate judicial, tras el cual las hijas del Cid casarán con los herederos de Navarra y Aragón, sublimando así la honra del Cid al entroncar su linaje con la realeza.
El Poema de mio Cid es una obra singular en todos los aspectos: pertenece a un género eminentemente oral, pero se puso por escrito en 1207, en una época sin apenas romance escrito; es un poema épico, pero subvierte algunas de las convenciones temáticas del género, pues su épica procede de la mesura y no de la violencia, plantea una solución legal y civilizada a los conflictos de honra, encarna los valores y aspiraciones de la baja nobleza frente a los grandes terratenientes y ricos hombres y, por último, ofrece un modelo o ideal de vida, si no excluyente, sí alternativo al orden social imperante, en el que la nobleza de los hechos pesa más que la nobleza de la sangre, modelo análogo al que siglos después defendería Cervantes en boca de don Quijote al afirmar que «la sangre se hereda y la virtud se aquista, y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale».
El Poema de mio Cid se ha conservado en un único manuscrito, copiado en la primera mitad del siglo XIV (quizá c. 1330), hoy custodiado en la Biblioteca Nacional de España con la signatura BNE VITR/7/17. Este códice es copia de un manuscrito anterior, hoy perdido, copiado por un tal Per Abbat en mayo de 1207, según indica la subscriptio copiata del manuscrito. Esta fecha de 1207 marca un término ante quem, esto es, la fecha más tardía en que pudo escribirse el texto, cuya composición oscila entre los albores del siglo XII y ese mismo año. La crítica se escinde en dos grandes posiciones respecto de la espinosa cuestión de la fecha del original: aquellos que, con Menéndez Pidal a la cabeza la cifran hacia 1140 y quienes como Smith, Michael o Montaner, optan por una fecha más tardía, muy a finales del siglo XII o en los siete primeros años del siglo XIII. Otra disputa relacionada con la génesis de la obra afecta a la autoría única o múltiple del texto; bien conocida es la hipótesis de Menéndez Pidal acerca de la participación de dos jugares en la redacción del texto, uno de Medinaceli, que escribió un cantar primitivo hacia 1120 y otro, más tardío, de San Esteban de Gormaz, quien ultimaría la versión plasmada en el códice de Vivar hacia 1140. La crítica hoy, sin embargo, se muestra más favorable hacia la hipótesis de la autoría única, y se inclina por dejar al autor en las brumas de la anonimia, por más que haya habido intentos varios por identificar a este con el Per Abbat mencionado en el manuscrito BNE VITR/7/17, como la conocida hipótesis de Colin Smith, quien creyó ver en Per Abbat un abogado o jurisconsulto burgalés al servicio del monasterio de Cardeña.
El texto conservado consta de 3730 versos asonantes de medida variable, si bien contiene tres lagunas que llevarían el cómputo del original a unos 4000 versos. Aunque el texto carece de títulos o divisiones estructurales formales, la crítica concuerda en dividirlo en tres cantares, denominados por Menéndez Pidal como Cantar del destierro (versos 1-1086), Cantar de las Bodas (versos 1087-2277) y Cantar de la afrenta de Corpes (versos 2278-3730).